domingo, 8 de octubre de 2017

Entrañable presencia




Fueron difíciles las últimas horas en la vida del Che. Herido de bala y las manos atadas en la espalda. Acompañado apenas por el guerrillero boliviano Willy Cuba y los cadáveres cercanos de otros tres hermanos de lucha. Era el 9 de octubre de 1967 en la escuela de La Higuera, el triste caserío en la ladera de una montaña que desde esa fecha encontró espacio en el mapa del mundo.

Han transcurrido 50 años de los sucesos. Todavía desandan aquellos parajes hombres y mujeres, niños entonces, testigos mudos de la leyenda mayúscula que entretejió el argentino en su apuesta por cambiar el rumbo de los pobres y desposeídos de esa América profunda que antes, de más jovencito, había recorrido en bicicleta.


Cuentan que los captores repartieron sus pertenencias como trofeos de guerra. Que fueron la campesina Ninfa Arteaga y su hija las últimas en verlo con vida al convencer a los guardias de darle algo de comer al prisionero. Prepararon para él una sopa de maní.


A los pocos minutos de salir ellas del aula que era su cautiverio, se escucharon los disparos que mataron a Guevara y avivaron su historia. Los relojes marcaban la 1:10 de la tarde.
Todavía por allá le rezan a quien llaman San Ernesto. Algunos campesinos tienen su foto en los altares, junto a la de Cristo. Le piden por las cosechas, la salud y el mañana al único hombre que había sido capaz hasta entonces de compartir su suerte en esos caminos polvorientos, olvidados por gobiernos siempre blancos, en tierra de indios.


Fidel Castro, conmovido y firme, daba oficialmente la noticia al pueblo de Cuba, días después, desde la Plaza de la Revolución de La Habana. Un silencio lúgubre acompañaba al verbo enérgico del invicto Comandante en Jefe mientras decía: "Hombre íntegro a carta cabal, hombre de honradez suprema, de sinceridad absoluta; hombre de vida estoica y espartana, hombre a quien prácticamente en su conducta no se le puede encontrar una sola mancha".


Algunos detalles se conocieron tiempo después. Las manos picadas, la serenidad en el minuto exacto en que se espera el deceso, la alteración en el acta de defunción de quien debió morir en combate ante la opinión pública y la misa que el sacerdote Roger Shiller ofició para él y sus compañeros de guerrilla. Se supo también que no pudieron cerrar los ojos del cadáver a pesar de los muchos intentos mientras lavaban el cuerpo y después, ya en el helicóptero, cuando lo trasladaban a la zanja que fue su sepultura. El Che parecía mirar, seguro, más allá de la muerte.  

                                         
 VIVO, COMO NO TE QUERÍAN
Hace pocos días el periódico digital Juventud Rebelde se hizo eco de una nota singular. Resulta que el teniente de segunda de los Estados Unidos, Spenser Rapone, difundió sendos tuits con fotos tomadas en mayo del 2016, durante su graduación como cadete de la Academia Militar de West Point, la formadora más importante y prestigiosa de los oficiales estadounidenses: debajo de su uniforme llevaba una camiseta con la imagen del Che.
También está el Guerrillero Heroico entre los tatuajes de Diego Armando Maradona y más recientemente del delantero argentino Gonzalo Higuaín, quien se grabó en medio de la espalda un categórico Hasta la Victoria Siempre. Son solo ejemplos. Pueden ser muchos más.
La imagen del Soldado de América recorre el mundo y parece renovar fuerza. La vemos en marchas, protestas y desafíos que acontecen en los más disímiles espacios. Incluso, su retrato forma parte de batallas por la justicia completamente desligadas de lo que era la realidad del planeta en las décadas del 50 y el 60 del pasado siglo. Su tiempo de hacer.


"Lean al Che a través de su vida, de su obra. Y lo más hermoso es traerlo al presente. Discutir con él lo que no entendamos, discutir con él lo que nos parece que en un momento determinado puede cambiarse, porque estamos viviendo otro momento.

"Todavía hoy nos está diciendo que tenemos que ser mucho más coherentes como seres humanos y mucho más solidarios con los que tenemos al lado", dijo su hija, Aleida Guevara, llamando justamente al reencuentro con la universalidad de su figura.


Y es que se le asocia, irremediablemente, con las luchas que apuestan por transformaciones sólidas. Cambios que favorecen a los más humildes en cualquier confín, sin importar credos ni razas.


Sin embargo, el compromiso mayor con el legado del médico que un día escogió la caja de balas, lo tienen los cubanos. Y muy especialmente, hay que mirar a las generaciones más jóvenes, quienes, a todas luces, le van conociendo menos. Llegar hasta ellos e incentivar el estudio de la obra que nos lega el rosarino es visceral en la construcción del hombre del siglo XXI que nos presentó, desafiante, desde sí mismo.


Las conmemoraciones por su medio siglo de ausencia presente se hacen protagonistas durante estos días. Serán parte de la voz de Cuba en Sochi, durante el Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes. Trabajos voluntarios, jornadas especiales en muchos países, actividades en las escuelas, conversatorios y hasta partidas de ajedrez, marcan también el pulso de un pueblo que no olvida a sus hijos más fieles.


Hacer de todo eso verdad cotidiana que nos impulse y forje es mucho más importante. Se lo debemos al Che. Al Hombre que escogió el camino largo del sacrificio, sin perder la ternura.

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